¡Primero ámate a ti misma!

¡Primero ámate a ti misma!

Por: Bhumi Luz
Cuando hablamos de amor usualmente viene a nuestra mente la imagen de alguien o de algo. La idea del amor usualmente se da en relación a un objeto o sujeto al cual amar. Parece que asociamos al amor con algo que va de nosotros hacia otros y lo mismo en sentido contrario, como diría la reina.

El amor se convierte entonces en un ejercicio de relacionamiento y búsqueda, de conquistas y fracasos, de presencias y ausencias. Normal, pensaría uno. ¡Así es el amor! Como dice mi socio, ¡sí y no! Evidentemente uno de los ejercicios del amor involucra a otros -algo que está fuera de mi- pero también existe un objeto del amor dentro de nosotros que poca atención recibe.

Como ya lo habrás experimentado, lo que está afuera de ti es algo que tiene vida propia y no controlas, por lo tanto asociar al amor solamente con algo externo puede traer una enorme cantidad de sufrimiento. Sufres cuando la idea del amor se conjuga con tus expectativas. Sufres porque no recibes lo que quieres, porque no te ven, porque no te aman igual o simplemente porque no te aman. Tener el objeto del amor fuera de sí mismo es una ruleta rusa de emociones y contradicciones. 

Ponte a pensar en la veces que tu imagen ha aparecido en tu pantalla mental cuando piensas en el amor. Apostaría que son pocas. Usualmente estamos inmersos en una relación odiosa con nosotros mismos de crítica e insatisfacción constante por no ser, vernos, tener o lograr algo que deseamos. Pocas veces he conocido personas a quienes les haya sido inculcada la idea de amarse a sí mismos como un valor fundamental para la vida y para las relaciones. Tuve la tentación de culpar a nuestra educación judeo-cristiana hasta que recordé que uno de los mandamientos de la Biblia en el libro de Mateo reza: “Ama a tu prójimo COMO A TI MISMO”. ¡Creo que no nos hicieron mucho énfasis en esa última francesita! Probablemente si el orden estuviera al revés sería más claro entender que si empezamos por amarnos a nosotros es más fácil amar al otro. Algo como “Si te amas sabrás amar a tu prójimo como a ti mismo” o “Para amar a tu prójimo necesitas amarte a ti mismo”. (No se confunda esto con una falta de respeto a los textos sagrados. Es más bien una ayuda sintáctica para los humanos que tendemos a perdernos del significado esencial de los mensajes por falta de comprensión de lectura).

En todo caso, sea el origen religioso, social o familiar, eso de amarse a sí mismo no le resulta muy conocido a la mayoría de las personas que conozco. Algunos definitivamente tienen una relación muy odiosa con ellos mismos, otros confunden el amor con narcisismo al mejor estilo de Trump y a otros no les cabe en la cabeza pensarlo porque viven en piloto automático y detenerse a contemplar la mera idea de relacionarse y mirarse de una manera distinta les genera demasiados traumatismos en su carrera contra el tiempo; mejor seguir como venimos que, mal que bien, la cosa funciona. ¡Pues claro que la cosa funciona, mal que bien porque sigues vivo! Pero, ¿cómo vives? Quienes piensan así probablemente no tendrán tiempo para leer este artículo, así es que me centraré en aquellos que se toman la molestia de cuestionarse si en realidad se aman. Pero, ¿qué es amar? Empecemos por ahí.

Me gusta mucho la definición de Humberto Maturana, biólogo y filósofo chileno del siglo XX.

Maturana concibe al amor como una emoción donde el otro tiene una existencia legítima, donde se lo acepta como a un otro válido; el amor no es solo una emoción, sino un valor. Interesante sería darle la vuelta a esta definición y preguntarnos qué tanto somos capaces de mirarnos así, desde la aceptación, la validación y la legitimación de nuestras experiencias, emociones y necesidades. Otra definición del amor verdadero es la de Thich Nhat Hanh, monje budista, escritor y activista vietnamita quien dice “amar es por encima de todo estar ahí. Pero estar ahí no es fácil. Algo de entrenamiento es necesario, algo de práctica. Si no estás presente, ¿cómo puedes amar? Estar ahí es un arte, el arte de la meditación, porque meditar es traer tu verdadera presencia al aquí y al ahora. La pregunta que surge es: ¿tienes tiempo para amar?”

Cuando el amor se manifiesta en su estado más puro, es una fuerza de cohesión poderosísima que puede viajar hasta los confines del universo e impregnarlo todo con su energía. Aprender a hacerlo de la piel para dentro genera uno de los estados más deliciosos y cálidos que he experimentado en mi vida; cuando me amo me siento a salvo.

Convertirte en el objeto de tu amor sería entonces estar ahí para ti, presente, atent@ validando eso que sientes y necesitas sin rechazarlo. Esto no pelea con la capacidad para transformarte y cambiar tus conceptos o acciones erróneas, simplemente habilita un puerto de llegada a tu ser más amable y respetuoso.

Así es que te invito a detenerte y respirar por unos minutos... llega al presente desde la quietud de tu cuerpo. Observa lo que aquí y ahora te está sucediendo, no lo rechaces, solo déjalo ser y reposa en la presencia abierta de tu amor.

 

Fotografía:PawelSzvmanski

 

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