Cuando el príncipe azul siempre fue la princesa

Cuando el príncipe azul siempre fue la princesa

Historia de: MÓNICA GIRALDO

Yo me consideraría una enamorada del amor. Quiero decir, que cuando mi alma decidió venir a esta existencia, en esta versión de la vida, era porque quería hacer un curso intensivo sobre el amor y las relaciones de pareja. Sin embargo, me tomó mucho tiempo entender que antes del amor entre dos, primero está el amor propio. Parte de lo que resultó de esta experiencia que les quiero contar fue comprender qué era lo que había detrás de esa pulsión mía de querer lanzarme de lleno en cualquier relación que con indicios románticos que encontraba, buscando ese algo bonito, ese algo que me hiciera sentir viva. Era una necesidad impresionante para mí conectar con otro ser humano.

Esta historia dividió mi vida en dos partes, precisamente porque en esa búsqueda y urgencia de conectar con otro, me di cuenta de que estaba completamente desconectada de mí. En esa búsqueda de un amor idealizado, de vivir un romance épico, terminé enamorándome de mí misma. Tuve que perseguir muchos cuentos de hadas para descubrir que yo era la única protagonista de la historia, me di cuenta de que era yo todos los personajes de esa narrativa: la bruja, la princesa, el príncipe; todos los roles estaban dentro de mí.

Esta historia llegó en un momento en el que me dije basta, estoy harta de buscar un amor que no veo por ningún lado. Estaba cansada de salir con hombres, estaba hasta el tope de citas, y tener mi cama llena de viernes a sábado, para despertarme y sentir la soledad amarga de los domingos. Me serví de un festín de machos y aun así seguía vacía. Recuerdo que pensaba saber mucho de mí, de conocerme ¡mentía! no me conocía en absoluto.

Agotada de todo ese ciclo de salir y salir, llegué a Colombia completamente desilusionada de París. Me había ido pensando que sería el lugar donde realizaría mi maestría en Gestión de Lujo y Marcas. Me imaginaba trabajando en Louis Vuitton o Chanel, viviendo la vida parisina perfecta, disfrutando de los cafés y de la moda más exclusiva. Sin embargo, para mí, París no fue la ciudad de la luz, fue más bien un roto sombrío, la ciudad  más amarga y tóxica en la que había estado jamás. Fue entonces cuando decidí que no quería más hombres en mi vida.

Regresé al país desilusionada. Una amiga empezó a insistir en presentarme a un amigo suyo, y aunque al principio me resistí, ella abrió su Tinder para mostrarme su perfil. Yo había usado Tinder en París, así que no me entusiasmaba abrirlo de vuelta. Finalmente, lo abrí, dejó de ser importante el tal amigo y  decidí explorar perfiles por puro aburrimiento. Me topé con uno que decía  “Soy un francés viviendo en Cali, aprendiendo español y a bailar salsa. ¿Quién quiere ayudar?” En su foto de perfil estaba él en una fiesta de San Fermín con un amigo suyo. Me pareció atractivo y divertida su foto. Empezamos a conversar entre francés y español hasta que decidimos encontrarnos en Cali.

Fue un domingo soleado que nunca olvidaré, estaba especialmente animada porque sentía que, como nunca, iba a una cita no cita, sin ninguna intención distinta a querer conocer a otro ser, sin querer seducir ni ser seducida. Quedé con él en una estación de servicio para caminar desde ahí al mercado local, pero como soy la persona más despistada del planeta, terminé yendo a otra Texaco diferente a la que él había mencionado. Después de treinta minutos, él no llegaba, y no llegaba, y no llegaba... esperándolo, decidí hablar por  teléfono con una amiga, cuando finalmente me entró una llamada de un número desconocido. Era él preguntándome dónde estaba. Le dije que en la Texaco que me había indicado, pero me di cuenta que en mi despiste lo estaba esperando en otra.  Pasó más tiempo, y finalmente apareció un bizcocho de 2 metros de altura. Lo vi y pensé que era increíblemente apuesto, no podía ser más encantador. Me fascinó de inmediato.

Decidimos ir a comer comida del Pacífico en La Gloria de la Alameda, mi restaurante favorito del mercado. Nos sentamos, pedimos dos ceviches estilo peruano y disfrutamos de la comida con unas cervezas. Hablamos y reímos sin parar, como si nos conociéramos desde siempre. Después, nos fuimos para el parque de San Antonio a echarnos una siesta tirados en el pasto, hablábamos tanto, que nos contamos la vida entera; se hizo una delicia ese domingo cualquiera.

A partir de ese día, empezamos a salir y a hablar aún más. Me invitó a bailar salsa y para sorpresa mía, resultó moverse como todo un profesional. Nos convertimos en un equipo inseparable, nuestra rutina incluía bailar salsa por toda la ciudad de Cali y buscar la mejor lulada; como buena amante del café, también nos dimos a la tarea de descubrir el café más top del lugar.

Entre risas, él me enseñaba francés con canciones francesas y yo le enseñaba español con líricas salseras.  Así continuamos, compartiendo experiencias y gestando una conexión especial. En junio, lo invité a la feria en Tuluá con mi familia. En mitad del concierto de Juan Luis Guerra, tuvimos una conversación franca. Él me preguntó cuál era mi expectativa de compartir con él, a lo cual le dije que sentía algo especial entre nosotros, pero que si eso significaba relacionarnos sexualmente y ya, prefería seguir siendo solo su amiga. Quise hacerlo diferente esa vez, antes de ese momento mi forma de relacionarme con los hombres empezaba por la seducción y la cama. Él estuvo de acuerdo y valoró la honestidad. A partir de ese momento, empezamos a construir intimidad, compartiendo momentos en casa del otro, presentándonos a los amigos más cercanos, la familia y hasta el perro. Dormíamos juntos, abrazados y babeando uno encima del otro sin ningún tipo de intención sexual, se sentía una conexión genuina. De hecho, yo lo acompañaba a sus citas, las mujeres no entendían pero yo lo veía súper normal, al fin y al cabo, éramos solo amigos. En ese momento, empezaba mi curiosidad espiritual, estaba clavada con aprender de ángeles, meditación y cantaba mantras, temas que además compartía con él.  Aunque cada uno tenía sus propias aventuras amorosas por separado, éramos inseparables.  No lo sabíamos en ese momento, pero para los demás, éramos pareja.

Para entonces, era socia de mi padre en una heladería café y trabajaba en cooperación internacional con la alcaldía de Tuluá. Él se estaba dando unos meses sabáticos pero se desempeñaba como corredor de bolsa en Londres. Ambos muy sibaritas coincidimos en decir que en Colombia no se conseguía pan de calidad y yo, siendo hija de un experto molinero y comelona trotamundos, vimos una oportunidad de negocio y fuimos alimentando la idea de montar una panadería francesa en Colombia. En esa época, las únicas opciones estaban en Bogotá, existían Jacques y Michel. Yo pensaba que aprovechar el conocimiento de mi papá en harina y la combinación de él y yo, lo harían el negocio del año. En lugar de seguir con mi idea de hacer una maestría en lujo, decidimos hacernos  socios y montar una panadería francesa en Cali.

Recuerdo que comenzamos a viajar un montón juntos y fuimos construyendo un nivel de comunicación y compenetración increíbles, hasta que la tensión sexual entre nosotros se hizo insostenible. El dormir abrazados y sentir nuestros cuerpos tan cercanos se fue tornando incómodo.

Hubo una vez que lo acompañé a una cita y la chica aprovechó cuando él se fue al baño para hacerme sentir su incomodidad con mi presencia. Le expliqué que los acompañaba a un café, que él quería que la conociera y que enseguida me iría. Ella se levantó y tomando sus cosas me dijo “me retiro, yo sobro aquí”. Cuando él llegó de regreso a la mesa y no la encontró, molestándome me preguntó ¿qué le dijiste nenita que la espantaste? La situación se tornó extraña, estaba claro que ninguno de los dos sabía cómo manejarla. Mi loca cabeza empezó a contar fantasías sobre nosotros y a pintar toda clase de coincidencias que encajaran con la idea de que estaba viviendo una historia de amor épica que sería recordada por siempre.

A un mes de completar su sabático en Colombia, dos de sus amigos más cercanos llegaban a Cali. Él pretendió esconder lo que sentía, afirmando que podía pronosticar que entre Pierre y yo habría química. No esperaba él que fuera Pierre quien nos confrontara a ambos y pusiera al descubierto nuestro absurdo jueguito de ocultar que estábamos locos el uno por el otro. Aquella noche nos habíamos colado en un matrimonio y fue la primera vez que nos atrevimos a coquetearnos de frente cambiando la estrategia de ignorar lo evidente por “a ver quién cae primero”

Al día siguiente llegó el otro francés con su pareja y el plan era que ellos iban a recorrer el Eje Cafetero pero de camino me dejarían en Tuluá porque tenía que trabajar. Él me propuso llegar más temprano a su casa para continuar con lo que habíamos iniciado la noche anterior. Llegué a su casa y cuando se me lanzó a darme aquel beso procrastinado, me acuerdo haberle dicho que no quería complicar las cosas entre nosotros; y él, es que lo recuerdo como si fuera ayer, me dijo “tranquila nenita, no vamos a tener sexo. Te propongo tocarnos sólo con la boca”  Incluso hasta hoy, esa sigue siendo una de las experiencias eróticas más potentes  de mi vida. Fueron besos de todas las intensidades … todo lo que podíamos sentir y percibir con el gusto del otro.

Y así, se me abrió el universo en mil y sentí explotar mi corazón de amor. Entonces, él y sus amigos se fueron de viaje  y los mensajes continuaron con la misma cotidianidad de siempre pero ahora calientes, amantes, íntimos. Me dijo "vente para Cartagena” de pura casualidad mi combo de amigos, que él también ya conocía, estaban por diferentes razones allá, así que, entre todos terminamos alquilando una casa colonial en San Diego. No hubo rincón de esa Villa que no nos viera desnudos, hicimos el amor por todas partes,  de hecho, por toda la ciudad.

Para mí, nuestro romance florecía perfecto y la vida me sonreía. Nosotros siempre hablábamos sobre la libertad en las relaciones. Él incluso me dijo que iba a Ibiza a encontrarse con una chica con la que normalmente pasaban cosas, pero eso no me importó en lo absoluto, siempre había  sido muy abierta mentalmente. Me tomaría unos años descifrar que  mi apertura era una forma torcida de celos, mientras no me dejaran de lado, aceptaba cualquier cosa.


Él se fue para Ibiza y con él parte de mí.  Me parecía a La llorona. Patética me vestía con aquellas camisas que me dejó infestadas de Terre D´Hermés y recuerdos. Yo, enamoradísima creía que estaba escribiendo los primeros episodios de mi colorín colorado millenial mientras íbamos armando todo para mi partida a Francia, preparando los papeles y eligiendo la ciudad. Terminamos decidiendo que la mejor ciudad para aprender del negocio panadero sería Burdeos, allí podría quedarme con Etienne, era una ciudad más amigable que París y tenía contacto con uno de los boulanger o panadero más reconocidos del país. Avanzando con todo y a tres meses de mi viaje, las conversaciones traían a colación la posibilidad de que tanto él como yo, no estábamos exentos de enamorarnos de alguien más y que teníamos que estar muy conscientes de no afectar nuestra sociedad a cuenta de eso.

Yo jugando a la más evolucionada y digna, le dije que no había nada de qué preocuparse, que estábamos muy por encima de eso y que nuestra sociedad era lo más importante.  Conocí a un peruano en Cali mientras eso sucedía y me metí con él como estrategia para hacerme notar, pero me di cuenta que él también estaba saliendo con alguien en Londres. Nuestros planes seguían y yo estaba segura de que aquellos personajes no eran más que elementos de utilería y paisaje dentro de nuestra historia.

Él y yo habíamos acordado que durante mi estadía él vendría cada 15 días de Londres a Burdeos para visitarme y trabajar en el desarrollo del proyecto. Yo llegué a principios de marzo del 2015 y pasaron 15 días para reencontrarnos. La verdad yo ya estaba más que instalada en Burdeos, me había hecho amiga de la mitad de la ciudad y flipaba con el grupete de amigos médicos hipsters que me había  hecho. Pero cuando lo volví a ver, nunca lo olvidaré, fui con su amigo al aeropuerto y esperándolo en el auto nerviosa, ansiosa, enamorada, lo veía caminando como en cámara lenta en dirección a mí, vestido hermoso, iba de boina y llevaba su maleta de rugby con él. Un sueño verlo después de meses y unos tres días sin dormir.

Su saludo fue extraño, no fue particularmente afectuoso, poco digno de una distancia de casi medio año, fue ajeno, no contenía nada de ese amor que llevábamos construyendo. Culpé a mi ansiedad, pero mi instinto me decía que algo se interponía entre nosotros. Me relajé pensando en que sería cuestión de tomarnos unos vinos y hablar con la confianza cómplice que teníamos.


Entonces nos fuimos al restaurante de otro amigo suyo, un bar de vinos, un lugar recién inaugurado en Burdeos. Se me hizo inquietante escucharlo, era como si hablara otro hombre ¿qué estaba pasando? ¿Quién era ese tipo? Regresamos a casa y pensé que iríamos juntos a la cama y que tal vez abrazándolo suficiente volvería hacer él.  Se fue a dormir con su amigo, no conmigo, otra noche más para mí cargada de ansiedad. Al día siguiente, bajó a mi cuarto, se metió en mi cama y empezó a hacer preguntas extrañas entre ellas una se repetía constantemente ¿negocio o placer nenita? Terminó pasando lo que obviamente tenía que pasar, pero fue desastroso, no hubo conexión, sentí mi cuerpo cerrado, cargado de preguntas, sentí que me tocaba otro hombre, un extraño, mi piel con corazón sentía que él no era lo mismo. El debut de mi novela romántica se convirtió en un Thriller de terror.

Después de eso, cada vez que él regresaba a Burdeos, resultaba saliendo con una chica diferente ¿cuántas desfilaron en mis narices?  Al mismo tiempo, el proyecto tambaleaba, la Embajada de Francia en Colombia me había concedido una visa que no me servía para lo que queríamos hacer. Inestable el negocio, inestable la relación, inestable mi estadía, tuve que buscar nueva casa.

Por AirBnB encontré la oferta de un músico bosnio que estaba subarrendando su apartamento. Al inicio, su piso en Place De la Victoire sería sólo para mí, pero nos hicimos más roomates que otra cosa. Yo con el corazón roto en mil fragmentos y él, Jasmín, con ganas de cosérmelo de vuelta. El músico supo desde el día uno lo que me pasaba y puso todo de él para ayudarme con todo: con la visa, con el trabajo… con mi corazón. Se enamoró de mí y juro que intenté con todas mis fuerzas amarlo de vuelta, pero no pude. Terminé metida en un trío macabro: cada vez que aquel volvía de Londres, yo dejaba botado al músico, aunque nada diferente a desplantes y negocios pasaba entre ese y yo, como una payasa de circo barato, me pintaba sonrisas y esperaba las migajas de su atención. Jasmín siempre me recibía de vuelta hecha trizas y con amor intentaba repararme.

Con más terquedad que determinación hice de todo para hacer que el plan de negocios que tenía en Burdeos despegara. Moví cielo y tierra hasta que empecé a trabajar  en una panadería donde no solo aprendí mucho sino que me hice amiga de los mejores. Conocí a un panadero famoso que me conectó con gente del gremio en toda la región de Aquitaine.

Pero en términos de corazón, estaba inmersa en un plan sistemático de autodestrucción, cada quince días torturaba mi autoestima y se moría parte de mí, perdí todo amor propio y por más que Jasmín me amara en exceso, me fui matando de inanición. ¿Mi socio de vida? se había convertido en mi socio de muerte.

Él se volvió distante y sacó de su manga otros cuantos trucos de maldad, como dejarme tirada en una discoteca en Toulouse, sin batería, sin saber dónde nos estábamos quedando, sin dinero porque le había entregado a guardar mi tarjeta. Todo por cuenta de haberse ido de ahí sin avisarme detrás de un nuevo par de tetas.

Después de sentir tanto dolor, dejé de sentir y me resigné a matar la historia pero no el negocio.  Jasmín hizo hasta lo imposible, me ofreció ser mi socio en el proyecto, incluso me propuso matrimonio antes de montarme al avión de regreso a Colombia ¿qué le iba a contestar? ¡Nada!, no quedaba nada de mí para él, no quedaba nada de mí para nadie.

Cuando volví a Colombia, me dí unos días de vacaciones en Cartagena, como si estuviera recogiendo los pasos de aquella historia de amor, traté de convencerme de tener la fuerza para hacer el negocio pero aun echando andar la segunda fase del proyecto, veía un horno y me echaba a llorar. Aguanté más de su rechazo, de su displicencia hasta que le entregué mi último pedazo de dignidad. Me harté de verme menos y sin fuerza, corté, le pedí hacer cuentas, cálculos de lo que quedaba después de su guerra fría, de mi propio holocausto de sentimientos.

Inicié el 2016 devastada, con la vida rota, quebrada  en todos los niveles: financiero, emocional, ilusiones, todo ¿Jasmín? quiso venir a verme mil veces pero me pillé haciéndole a él lo mismo que el otro hacía conmigo. No, no podía ser tan hija de puta.

Estaba tan destrozada que llegué a pensar en hacerme daño. Me pellizcaba, me jalaba el pelo, quería  concentrar el dolor en una parte específica de mi cuerpo, cansada de que la vida me doliera entera. Noches interminables de lágrimas, repasando una a una las caricias, los desplantes, sintiendo culpa, vergüenza, miedo a no saber cómo levantarme de ahí.

Fue entonces cuando decidí buscar ayuda y empecé terapia. Poco a poco, fui poniéndole nombre a las cosas, reconociendo en el desamor de él, mi falta de amor propio y haciéndome responsable por haberme auto infringido semejante tortura.  Me acepté en mi inmadurez emocional, estimé los errores de cálculo, la falta de honestidad, reconocí que fui yo la que se ubicó por debajo de él, la que nunca se quiso lo suficiente como para mirarse con él de igual a igual. Yo a esa que había sido en esa historia tampoco quería verla más ¿nacería algo de la muerte? me lo preguntaba.

Estaba tan fuera de mí que naturalmente lo primero que hice fue verme al espejo, como buscando darme un lugar de vuelta en esta tierra. Luego sentí la necesidad de comprobar que ese mi cuerpo, tenía vida, tuve que moverlo. Recordé que en esa mi vida pasada amaba la salsa y me saqué todos los días a bailar. Al principio lo hacía llorando. La verdad es que todo ese desamor me lo bailé.

La segunda cosa que recordé fue mi amor por llenar hojas en blanco con mis sentires. Me entregué a escribir, a vomitar las palabras que se habían quedó por dentro, las emociones sin efecto, la ira, mi pérdida. Sin saberlo fui haciendo un journaling, un diario de un cuerpo que iba naciendo de vuelta. Llegó el día en que me atreví a tocarme, esculcándome con intimidad, queriendo encontrar un ápice de placer. Para mi sorpresa, detrás de mi cuerpo y sexo heridos, trascendiendo aquel dolor, había amor ¿habría llegado el fin de mi dolor? por primera vez sentí el límite finito del dolor y percibí una sensación de amor infinito.

Tocándome y registrando mis sentires, mis letras se alborotaron y el erotismo se coló entre sus tildes, imaginé fantasías, re signifiqué recuerdos, me atreví a sublimar mi historia con fuego escarlata, pasión e imaginando encuentros ardientes con otros amantes y cuerpos.

Reconocí que mi gozo y mi placer no dependían de nadie más que de mí misma. El erotismo se convirtió en mi lenguaje, en mi forma de interpretar la vida, en el experimento sensorial de saberme en esta existencia. Encontré mi vocación como creadora de contenido erótico.

Con el tiempo, fui haciendo de la escritura y el erotismo mi negocio. Después de un tiempo, retomé contacto con él, empeñándome en enterrarlo en aquellos capítulos viejos. Pasaron otros romances, otros espejos para verme, nuevas oportunidades para no olvidarme de mí. Cada vínculo desde entonces, lo convertí en un viaje para acercarme más a mí. A pesar de los nuevos amores, él seguía estando en mi mente, seguía preguntándome ¿me habrá amado? ¿qué nos pasó? pero lo único importante fueron mis respuestas.


Con cuánta obsesión busqué el amor allá afuera, con cuánta emoción me lancé sin paracaídas en relaciones, cuántos cuerpos me devoré con hambre, cuánto hastío en sexo sin conexión.  De a pocos se fue encendiendo la lucecita en mí para verme pero sí, quería conectarme, despertarme en los brazos de alguien, tomar el primer sorbo del día con un café viendo un amanecer. Llegó un punto en el que me rendí, convencida de que el amor romántico no era para mí. Al liberarme del peso de las expectativas de pareja, descubrí las diversas formas de amor que existen y habían estado siempre abundantes en mí.

Valoré más que nunca las conexiones y el amor incondicional y genuino que vibra en las amistades, el amor en mi proceso creativo y mis letras, empecé apreciar todas las formas y manifestaciones de amor que antes pasaba por alto. Me quise volver amante de todo lo que me rodeaba y desde entonces quise hacerme el amor estando presente en la vida, con todo y lo que ella trae, sus sabores amargos, la alegría dulce, amándome un poquito más todos los días.

Así he ido desnudando el amor más sólido y profundo: el propio. Me he ido enamorando de mí misma con todas mis imperfecciones, inseguridades y contradicciones. Aprendí a aceptarme tal y cómo voy siendo,  sin permitir que las críticas externas o internas definan mi valía. Mi amor propio me permitió superar la bulimia y evitó otro cúmulo de situaciones y relaciones donde se me ofreció menos de ese mi amor.

¿El dolor? es inherente a esta experiencia humana y a hoy, lo definiría como regalos de la vida envueltos en empaques aparentemente de mierda. Cada vez reafirmó que el dolor es finito y que detrás de él ha estado siempre el amor, expansivo, impoluto, divino. A través del dolor, he encontrado fuerza y una versión más auténtica y real de mí.

Desde esa experiencia voy aceptando mi responsabilidad y única autoría para escribir mi historia.  Dejé de culpar a otros por mis heridas y toxicidades, he ido comprendiendo que ese colorín colorado tiene un único personaje: soy yo, experimentándose en todos los roles, viviéndose una y mil veces.

Si pudiera hablar con mi yo del pasado, ardiendo de dolor y sufriendo en cuerpo entero, me sentaría a llorar con ella, no le daría pistas, no le ofrecería atajos ni le develaría secretos, no trataría de ahorrarle ninguna de nuestras penas ¿cómo? no seríamos la erotista que somos hoy. Aunque el sufrimiento pueda parecer insoportable en el momento, forma parte de nuestro viaje hacia el amor propio y la plenitud. Cada lágrima derramada y cada obstáculo superado nos acercan más a la versión auténtica, amorosa y genuina de nosotros mismos.

Finalmente, he ido comprendiendo  que la vida siempre conspira a nuestro favor, incluso cuando enfrentamos dificultades aparentemente insuperables. Después de aquella historia, he escrito otros romances más, nuevas oportunidades para amar y crecer. Al perder el miedo al dolor siento con las fuerzas de mi corazón que el amor libera, que lo único permanente es el cambio, que no se va nadie cuando es la vida la que quiere que se quede. Sin esa historia no habría encontrado mi destino: hacer del erotismo y el placer mi propia revolución sensitiva, intentar vivir como un orgasmo divino chupándome los dedos de la existencia. No estaría hoy disfrutando de un amor que corresponde a mí propio amor.

Acá les dejo la canción que me acompañó durante el desamor más bonito de mi vida.

 

 

 

Comentarios:

LO MAS VISTO

Nuestra Misión

Somos un mundo creado para la mujer actual, una fuente de inspiración que nutre la mente, el cuerpo y el alma. Reunimos a todas aquellas personas, marcas y estilos de vida que nos inspiran, motivan y admiramos para impulsarte a encontrar tu valor y poder personal.