Detrás de la historia que voy a compartir hay un componente de fe muy fuerte. Aunque soy yo quien cuenta esta historia, lo hago en representación de mi matrimonio. Llevamos 7 años casados y casi 10 años juntos, y creemos firmemente que el éxito de nuestra relación ha sido poner a Dios en el centro.
He visto muchos matrimonios construidos sobre lo socialmente aceptable, pero que terminan fracasando porque no cuentan con ese "pegamento" que es Jesús. Nosotros, como cualquier pareja, hemos enfrentado dificultades, momentos oscuros y retos que, sin Dios, probablemente nos habrían llevado al divorcio. Pero Él ha sido nuestra fortaleza, permitiéndonos superar cada obstáculo.
Queremos transmitir que Dios sigue siendo un Dios de milagros. No es solo el Dios que leemos en la Biblia, haciendo maravillas en tiempos antiguos, sino que sigue obrando hoy en día, incluso cuando no lo merecemos. Muchas personas creen que los milagros solo ocurren cuando se los han ganado, pero la verdad es que Dios actúa de maneras inesperadas, con un propósito más grande que nosotros mismos. Sus planes van más allá de lo que podemos ver y, muchas veces, sus bendiciones alcanzan incluso a generaciones futuras.
Ese es el mensaje más importante que queremos compartir: la fe en Dios transforma vidas, sana relaciones y nos da la fortaleza para seguir adelante.
Nuestra historia comienza en la etapa del noviazgo. Desde que éramos novios, yo tenía muy presente que ya llevaba un proceso en la iglesia a la que asistía en Bogotá. Había pasado por muchas experiencias y había cometido muchos errores. Siempre fui un tipo muy mujeriego, me gustaba la rumba, el trago y fumar. A pesar de haber conocido a Dios, seguí cometiendo errores con las mujeres, intentando llenar un vacío en mi vida. Sin embargo, llegó un punto en el que lastimé a una persona y decidí que no quería continuar con ese estilo de vida. Reflexioné sobre el valor de las mujeres y me prometí que la próxima persona que llegara a mi vida sería tratada con respeto y amor. Esa persona llegó y hoy es mi esposa.
Desde el primer día en que salí con ella, supe que quería casarme. Era una certeza que nunca antes había experimentado con ninguna otra persona, incluso con aquellas que cumplían todas mis expectativas. No era una emoción pasajera, sino una convicción profunda. A pesar de ello, tuvimos que vivir nuestro proceso de amistad y noviazgo, conocernos a fondo y crecer juntos. Sin embargo, hubo un momento clave en el que sentí que Dios me la pedía, porque la estaba convirtiendo en mi todo. Dios me mostró que debía ponerlo a Él en primer lugar, así que en oración le entregué mi relación y acepté que, si ella no era parte de su plan para mí, lo aceptaría. Fue un proceso doloroso, pero al final, Dios me la devolvió y me dejó claro que Él debía ser la prioridad en mi vida.
A partir de ese momento, nuestra relación tomó un rumbo diferente. Duramos dos años de novios y, aunque cometimos el error de irnos a vivir juntos debido a la falta de información y a que aún teníamos mucho mundo en nuestra cabeza, teníamos claro que debíamos casarnos y poner nuestra vida en orden. Nos casamos en una notaría sin luna de miel, ya que nuestro negocio requería que siguiéramos trabajando al día siguiente. Sin embargo, siempre tuvimos el deseo de casarnos por la iglesia, en presencia de nuestros pastores y seres queridos.
En 2021, gracias a Dios, nuestro negocio prosperó y logramos alcanzar muchas metas, incluyendo la estabilidad financiera. Decidimos entonces cumplir nuestro sueño y organizar nuestra boda religiosa. Invitamos a toda nuestra familia a un resort en Cancún y pagamos todo el viaje, incluyendo los costos de nuestros pastores, como una forma de honrarlos por su guía y apoyo. Lo especial de esta boda fue que se organizó como una sorpresa para mi esposa. Planeé todo en secreto durante meses: el vestido, los zapatos, la ceremonia en la playa. La familia de ambos se enteró solo dos semanas antes del viaje, pero mi esposa lo descubrió un día antes de la boda. Todo se hizo con el propósito de poner nuestra vida a los pies de Jesús y reafirmar nuestro compromiso con Dios.
Desde ese día, hemos visto a Dios obrar en nuestra vida de manera poderosa. Seguimos creciendo en unión, fortaleciendo nuestra relación con la iglesia, cumpliendo con nuestro diezmo y nuestras ofrendas, y viviendo los primeros años de matrimonio con felicidad, cumpliendo nuestras metas financieras, construyendo nuestro hogar, comprando nuestros carros y viajando con nuestra familia. Conocimos más de 25 países y más de 50 ciudades, y nuestra relación estaba más sólida que nunca.
Sin embargo, después de estos primeros años, sentimos que era momento de dar el siguiente paso y formar una familia. Durante mucho tiempo, tener hijos no era nuestra prioridad. Sabíamos que era parte del plan de Dios, pero no era algo que urgiera en nuestras vidas. Mi esposa llevaba años planificando con pastillas y decidió que, si algún día queríamos ser padres, debía suspenderlas con tiempo para permitir que su cuerpo se desintoxicara de las hormonas. Tomamos esa decisión en noviembre de 2022, confiando en que Dios nos daría hijos en su momento.
Los especialistas nos dijeron que un cuerpo podía tardar entre seis meses y un año en regularse después de suspender las pastillas. Algunas parejas lograban embarazarse al mes, mientras que otras tardaban más. Esperamos pacientemente, pero al cumplirse un año en noviembre de 2023 y no haber logrado el embarazo, decidimos realizarnos estudios médicos. Mi esposa salió con un estado de salud excelente, con óvulos en perfecto estado para su edad. Sin embargo, mis resultados mostraron un diagnóstico de infertilidad con un 99% de probabilidad de no poder concebir de manera natural. No había muchas opciones, y aunque el diagnóstico era contundente, en el fondo aún albergábamos una pequeña esperanza.
Fue difícil porque ya llevábamos un año intentándolo, haciendo todo lo que estaba en nuestras manos. Además, este diagnóstico, en teoría, ocurre en hombres con hábitos poco saludables, como fumar, beber en exceso, consumir drogas, llevar una alimentación deficiente o padecer sobrepeso, obesidad o problemas cardíacos. Pero yo tenía años cuidando mi salud, en algún momento de mi vida tuve malos hábitos, fiestas, cigarrillos, etc, pero hacía mucho tiempo que llevaba una vida saludable.
Por eso, recibir esta noticia fue un choque. Sin embargo, en ningún momento afectó mi autoestima ni mi identidad como hombre. Sabía que hay hombres a quienes este tipo de diagnóstico golpea mucho en su orgullo y su masculinidad, pero no fue mi caso. Con mi esposa siempre hemos tenido una excelente relación íntima, así que ese no era el problema. Lo que sí nos impactó fue que todo en nuestra vida parecía estar alineado, y de repente, llega esta noticia que nos sacudió, sobre todo porque después de un año intentándolo, el anhelo de ser padres se había hecho cada vez más fuerte.
Mi esposa tenía 34 años y, si pasaba más tiempo, su embarazo se consideraría de alto riesgo. Yo, por mi parte, tenía 38 años en ese momento y pensaba: "Cuando mi hijo tenga 5 o 6 años, yo ya estaré en mis 45 o 46. ¿No seré muy mayor para ser papá?". Esas eran las cosas que rondaban en mi cabeza y lo que nos pesaba.
A pesar de lo difícil que fue recibir la noticia, yo tenía fe. Sabía que el sueño de Dios era que tuviéramos una familia. No era solo un anhelo nuestro; era un plan divino. Aunque, por supuesto, pasé por momentos de dificultad.
A principios de 2024, específicamente el 1 o 2 de enero, me tomé un tiempo para orar. Le hablé a Dios con toda mi frustración: "¿Por qué nos está pasando esto? ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo me vas a guiar?". Lloré, me desahogué y, en ese momento, Dios me recordó un versículo. Fue la historia del ciego de nacimiento al que Jesús sanó. Los discípulos le preguntaron a Jesús si ese hombre había nacido ciego por culpa de sus padres o por su propio pecado, y Jesús respondió: "No fue por ninguna de esas razones. Él nació así para la gloria de Dios".
En ese instante, sentí que Dios me decía: "Tú estás así para la gloria de Dios. Yo te voy a dar un hijo, y cuando lo haga, será un testimonio para que glorifiques mi nombre". En ese momento, me derrumbé en lágrimas. Supe con certeza que Dios cumpliría su promesa.
Pero Dios es un Dios de detalles. Terminé mi oración, encendí mi computadora y puse una prédica que tenía pendiente de ver. Era la última prédica del año de nuestra iglesia en Ibagué, Vida Abundante, titulada Visión 2024. Escuché el mensaje, que fue hermoso, pero al final el pastor hizo una oración y, en un momento específico, dijo: "Y tú, hombre que has recibido un diagnóstico de infertilidad, el Señor te dice que vas a ser papá".
No lo podía creer. Justo después de mi oración, escuché esta palabra tan clara. Normalmente, en esas oraciones se intercede por la fertilidad de las mujeres, pero aquí Dios me estaba hablando directamente. Le mostré el video a mi esposa, pero ella aún estaba muy afectada. Yo le conté la promesa, pero en su corazón todavía había incredulidad. Aun así, seguimos buscando soluciones y tratamientos, aunque yo ya tenía la certeza de que Dios iba a obrar.
El año transcurrió con ese anhelo en nuestro corazón, esperando el milagro. Sin embargo, mes tras mes, mi esposa recibía su período, lo que nos generaba una constante montaña rusa de emociones. La espera era dura, pero mi fe seguía firme. Sabía que Dios cumpliría su promesa.
Y en septiembre, el mes nueve, el número de la gestación, la promesa se cumplió: la prueba de embarazo dio positivo. No lo podía creer. Ese momento quedó registrado en un video que se volvió viral, alcanzando millones de reproducciones. Me alegra que haya sido así, porque entendí que Dios nos permitió vivir esta experiencia para su gloria.
Estábamos en la sala VIP en el aeropuerto cuando mi esposa me sorprendió con la noticia. No me había dicho nada antes, aunque había pasado un tiempo en Bolivia donde estuvo bastante mal de salud, con problemas digestivos muy fuertes. Más tarde entendimos que todo se debía al embarazo. Durante ese tiempo, ella sufrió mucho físicamente, pero nunca mencionó la posibilidad de estar esperando un bebé.
Un día, mientras almorzábamos, ella se levantó y me dijo que iba al baño. No sospeché nada y seguí viendo una película mientras recogía el almuerzo para los dos. Minutos después, regresó con una prueba de embarazo en la mano. Sin que yo lo notara, había grabado todo con su celular. Me mostró la prueba y, sinceramente, en mi vida había visto una antes. Nunca había pasado por una situación así ni con ninguna pareja, así que ni siquiera sabía cómo interpretar los resultados.
La miré confundido y le pregunté qué significaba. Ella me respondió: "Es positivo". En ese momento, todo se detuvo. No podía creerlo, me costaba procesarlo. Cuando por fin caí en cuenta de lo que significaba, solo pude decir: "Dios mío, Dios lo hizo. Te lo dije, Dios iba a cumplir su palabra". Nos abrazamos, y para mí no fue un tema de masculinidad ni de demostrar nada, fue la certeza de que esto venía de Dios. Este hijo es de Él, y Él nos lo prestará el tiempo que quiera. Fue un momento único, una promesa cumplida, la confirmación de que Dios realmente hace milagros.
La sorpresa era aún mayor porque había un diagnóstico médico que afirmaba que tenía un 99% de infertilidad. Lo teníamos documentado, un papel de laboratorio lo decía claramente. Aun así, Dios transformó esa realidad. Para mí, más allá de cualquier duda, fue un testimonio vivo de que los milagros existen. Como creyente, ese día comprendí que Dios sigue obrando de maneras sobrenaturales. Desde entonces, no dudo de Él en nada.
Cada vez que comparto este testimonio, me emociona porque sé que puede inspirar a muchas personas a recuperar su fe, a creer en los milagros. Conozco a muchos cristianos que aman a Dios, que le sirven, pero que han esperado durante años un milagro sin verlo. Yo me sentía igual. Llegó un punto en el que me preguntaba: "Dios, llevo años sirviéndote y creyendo en ti, pero siento que los milagros solo pasaron hace miles de años. ¿Qué hay para hoy?".
Dios respondió mi pregunta con este milagro.
Contarle esta noticia a nuestra familia, a nuestro equipo de trabajo y a nuestros amigos fue increíble. Nos dimos cuenta de que no éramos solo nosotros quienes anhelaban este bebé. Era un bebé esperado por todos: nuestros seguidores en Instagram, nuestros compañeros de trabajo, nuestra familia, amigos e incluso personas que no conocíamos personalmente, pero que nos enviaban mensajes de amor y felicidad.
Ha sido una experiencia que nos ha permitido ver el amor y el poder de Dios en nuestra vida de una manera extraordinaria. Durante el embarazo, también hemos vivido otros retos, pero han venido acompañados de más milagros.
Si en algún momento mi hijo Luca lee esta historia, quiero que sepa que él es la promesa cumplida, el milagro que no solo yo esperaba, sino muchas personas más. Solo le pido que honre a Dios más de lo que nosotros lo hemos hecho, que le entregue su vida por completo y que, sin importar su profesión o camino, lo sirva con sus dones para seguir construyendo su reino.
A lo largo del embarazo, fuimos testigos de más milagros. En la semana 15, mi esposa tuvo un sangrado que nos asustó muchísimo. Pensamos que podríamos perder a Luca, y aunque el miedo estuvo presente, sabíamos que si Dios lo había hecho posible, nada podía ir en su contra. Pasamos cinco días de incertidumbre en urgencias, con la amenaza de aborto confirmada. Durante los primeros cinco meses, tuvo que hacer reposo absoluto. Ni siquiera podía salir a caminar.
El sangrado fue causado por una placenta previa, es decir, que la placenta estaba demasiado baja y cubría el cuello uterino. Cada vez que nos hacían una ecografía, la placenta seguía en la misma posición. En la semana 23, el ginecólogo nos dijo que probablemente ya no subiría y que había que planear una cesárea. Lo aceptamos, sabiendo que lo más importante era la salud de Luca.
Sin embargo, nos faltaba hacer la ecografía de detalle. Primero fuimos a la que cubría la EPS, donde nuevamente nos confirmaron que la placenta seguía baja y oclusiva. Una semana después, teníamos otra ecografía con una gineco-obstetra más especializada, gracias a nuestra prepagada. La noche anterior, tuvimos nuestro tiempo de oración, algo que desde hace un tiempo hacemos juntos como familia. Queremos que Luca crezca con ese hábito y por eso oramos cada día en familia.
A la mañana siguiente, llegamos a la consulta. La doctora comenzó la revisión y, de repente, se detuvo. Volvió a revisar, hizo otra medición y, después de unos segundos, nos dijo algo que no esperábamos: la placenta había subido. No había más obstrucción, ya no había placenta previa. Fue otro milagro. Apenas una semana antes, el otro especialista había confirmado que la placenta seguía baja y oclusiva, y ahora, de manera inexplicable, estaba en su lugar.
Desde el principio, todo con Luca ha sido un testimonio de fe. Dios no solo nos dio un hijo, sino que también me sanó. Sé que en algún momento me haré otra prueba de fertilidad, pero tengo la certeza de que ya no soy infértil. Dios nos ha dicho en oración que no solo nos dio a Luca, sino que también tendremos una niña, Mila. Estamos orando por ella porque sabemos que llegará.
Este camino ha sido milagro sobre milagro, confirmación tras confirmación de que Dios es fiel a sus promesas. Cada vez que alguien nos dice que lo que vivimos es imposible, solo puedo responder que el cartero que trajo este milagro se llama Jesús.
Si hay alguien viviendo una situación parecida, mi consejo es que hagan todo lo que esté a su alcance: que se realicen las pruebas necesarias, que sigan las indicaciones del médico y que, en lo que les concierne, sigan las recomendaciones al pie de la letra. Dios también obra a través de los médicos, los medicamentos y los tratamientos. El milagro no será el mismo para todos, pero si tu fe está puesta en Dios, aunque sea una fe pequeña, como dice la palabra, “aunque sea del tamaño de un grano de mostaza, se pueden mover montañas”. No importa cuán grande o pequeña sea tu fe, lo importante es que esté 100% puesta en Jesús, porque Él va a obrar de alguna manera y va a cumplir Su palabra. Lo que depende de nosotros es buscar a Dios, entender Su voluntad para nuestras vidas.
Dios es un Dios de familia; Él ama la familia y desea que todos tengamos una. Sin embargo, no todos formamos familia de la misma manera. Por ejemplo, unos amigos nuestros, que también son creyentes, formaron su familia adoptando tres hijos hermosos. Son una familia increíblemente feliz, que además es conocida en YouTube por haber viajado durante un año alrededor del mundo. Su historia es también muy bonita, y su familia está compuesta por tres niños adoptivos. Esto demuestra que la historia de cada uno es diferente, y es importante entender que Dios tiene un plan único y perfecto para cada vida.
Lo cierto es que los milagros existen, y Dios tiene el poder de hacer lo que quiera. Pero todo esto depende de nuestra relación con Él. Si no tienes una relación con Dios, no podrás conocer Su voluntad ni el propósito que tiene para ti, porque Su plan es diferente para cada persona. Si estás pasando por un momento difícil, sigue las recomendaciones médicas lo mejor posible, pero también establece una relación con Dios, no buscando solo el milagro, sino al Dador de milagros. Muchas veces, la gente busca únicamente el milagro, pero yo busqué a Dios sin importar si me concedía o no el milagro. Le dije que si no me daba hijos, no habría problema, porque igual sería feliz al tenerlo a Él como mi prioridad. Y si me los daba, maravillosa bendición, porque hablaría de Él a todo el mundo.
Hoy en día, tengo un propósito: compartir mi historia para que las personas conozcan el poder de Dios.
Acá les comparto las bandas sonoras de nuestra historia…
¿Te gustaría más contenidos como este?
Comentarios:
Somos un mundo creado para la mujer actual, una fuente de inspiración que nutre la mente, el cuerpo y el alma. Reunimos a todas aquellas personas, marcas y estilos de vida que nos inspiran, motivan y admiramos para impulsarte a encontrar tu valor y poder personal.