Carta al niño Dios

Carta al niño Dios

Por: María Paula Rueda
Tender Love, Mounika, Ocie Elliott, Cualquier nino colombiano con crianza catolica conoce la importancia que tiene escribirle una carta al nino Dios ese mensajero chiquito y poderoso que tiene conexión directa con los cielos y por lo tanto la capacidad de manifestación

El Niño Dios es un ser generoso que trae regalos en diciembre y atiende los deseos de quienes le rezan y le escriben cartas. Es la versión infantil del Jesús que conocemos y cumple las mismas funciones de Santa Claus en diciembre.  También ayuda el resto del año a quienes confían y creen en él. Yo le escribí muchas cartas cuando era chiquita y puedo dar fé de su poder. Eso sí, sospecho que en diciembre El Niño Jesús, mis papás y mis abuelos se hablaban porque los regalos bajo el árbol siempre resultaban precisos y enviados a la dirección correcta con el mismo papel de regalo que usaban para los otros parientes.

En todo caso, después de muchos años de tenerle en el olvido, decidí volverle a escribir para que me de una ayudadita, especialmente después de un año tan intenso y confrontador como el 2020.

Aquí va su carta:

Querido Niño Dios, 

Perdona el olvido en el que te he tenido. En estos años de silencio emprendí una búsqueda interior que me llevó por caminos espirituales que no contemplaban tu presencia, sin embargo nunca te olvidé. Cuando me propusieron escribir en  PANDORASCODE otra carta sin dudarlo supe que sería para ti. Santa Claus, es un gran tipo y muy diligente, pero tengo suficiente ropa y chécheres. Este año me ha quedado claro que los regalos más preciados son la salud, la paz, el bienestar y el amor de quienes nos rodean. 

Como llevo tanto tiempo sin escribirte quiero contarte un poco de lo que ha pasado este año en mi vida para ponerte al tanto de mis necesidades y con eso te das una mejor idea de porqué te pido lo que viene en mi carta. 

Como a todos, me agarró una pandemia por sorpresa y mi vida de un sopetón cambió sin haberlo pedido. Por suerte alcancé a viajar a México para asistir a un retiro espiritual con mi maestro e intuitivamente supe que pasaría algún tiempo antes de poder verlo en vivo y en directo otra vez. También tuve la fortuna de ver y abrazar a mis amigos queridos en México Nana, Joha, Lori, Alice, la Sangha y a mis adorados padres adoptivos Alex y Jorge.  Lamento eso sí, no haber comprado suficientes souvenirs mexicanos porque solo Dios sabe cuando  volveré. 

Regresé a mi casita en la montaña donde me esperaba mi adorado esposo quien se sentía esperanzado por mi llegada después de dos semanas de ausencia. ¡El pobre no sabía que le esperaban casi 9 meses de confinamiento forzado conmigo en 45 metros cuadrados! De haberlo sabido, seguro no le hubiese importado que mi viaje se extendiera un poco más. En todo caso, no solo me despedí de México, mi maestro y mis adorados amigos, me despedí de mi consultorio, de mis restaurantes favoritos, de los parques por los que caminaba, de mis padres, mis abuelos, tíos, hermanos y amigos.

Mi rutina cambió: sin saberlo, me tenía más sofocada de lo que podía darme cuenta. Sin embargo, reconocí cuanto me consentía mi cotidianidad con los placeres de su diversidad: salidas a cine, restaurantes, reuniones, fiestas, almuerzos, celebraciones,  espacios llenos de abrazos y risas, todos vividos sin tapabocas en la más deliciosa exposición bacteriana. 

Supe que esto iba para largo antes de que pareciera demasiado seria y peligrosa la pandemia por lo cual varios se burlaron de mi. Mi marido, como es habitual, me creyó exagerada cuando le dije el 19 de marzo del 2020 que iría a despedirme de mis papás, mis suegros y mis abuelos. Sabía que NO sabía cuando volvería a verlos. Mis hermanos abrieron los ojos de sorpresa cuando, en nuestro último almuerzo, me despedí de los meseros de mi restaurante favorito expresando mi gratitud y diciéndoles: ¡quién sabe cuándo volveremos a vernos, les deseo una buena vida!.. “¡Qué exagerada!” - me dijo Julian, mi hermano menor. 

Por suerte, a todos los he vuelto a ver. ¡Gracias al cielo todos están vivitos y coleando! Los meseros recuperaron su trabajo y pude volver a abrazar a mis seres queridos (aunque con tapabocas y cautela). 

Querido Niño Dios, en estos 9 meses he cambiado mucho aunque sea imperceptible. Solo se nota a simple vista que adelgacé algunos kilos pero sospecho que en el último mes gané 2kg por cuenta de un arrebato hormonal que traigo, la pereza de hacer ejercicio y el hambre que me despierta el frío tan berriondo que está haciendo. En el fondo, he empezado a cuestionarme si vale la pena estar tan ocupada y hacer tantas cosas a la vez. Claramente mi cuerpo quiere hacer menos. La mujer acelerada y multitasker que era con tanta fluidez empieza a dar muestras de no poder más. A juzgar por la retroalimentación de mi amiga Laura Porras este tema lleva rondándome mucho tiempo y siempre hablo de lo mismo pero parece que no he encontrado aún la manera de resolverlo definitivamente. Cuando uno experimenta su mono-tema a diario siempre le parece que tiene algo nuevo por contar aunque los demás escuchen el mismo sonsonete. 

El caso es, querido Niño Dios que esa sería mi primera petición: ayúdame por favor a salir de la esclavitud auto impuesta del exceso de ocupación. No sé en qué momento se convirtió en mi estilo de vida pero ¡ya estoy mamada de eso! Ayúdame a cambiar el chip de “más es más” a “menos y más profundo es más”. 

Te pido ayuda, porque, si bien lo tengo identificado y claro, todos los días me enfrento a la tentación de volver a llenar mi agenda con muchas cositas. Todas interesantes, todas importantes, todas estimulantes pero al fin y al cabo muchas. En otras palabras, te estoy pidiendo que me ayudes a simplificar mi vida para tener más tiempo para disfrutarla y contemplar el cielo mientras descanso en el prado. Me produce tanto bienestar y relajación que quisiera hacerlo todos los días.  

Probablemente esto desemboca en lo otro que quiero contarte: estar forzada al aislamiento preventivo me ha ayudado a valorar aún más a las personas que tengo a mi alrededor y por lo mismo, me doy cuenta del poco tiempo que les dedico. Entre el trabajo, los quehaceres, mis proyectos y la vida cotidiana dispongo de tiempos reducidos para socializar. Por el exceso de ocupación me canso mucho si se prolongan demasiado esos espacios de comunión con las personas. Supongo que me tomé demasiado a pecho esto de acompañar a otros durante la pandemia y quedé agotada. En el agotamiento solo quiero descansar del contacto humano. Si bien me parece razonable esa retirada necesaria para recuperar el aliento, no es justo que mis relaciones sufran tanta ausencia. Así es que aquí va mi segunda petición querido Niño Dios: enséñame a equilibrar mis tiempos para que el espacio de relacionamiento con mis seres queridos sea nutritivo y relajante para mi. Entiendo que si tengo más equilibrio en mis actividades puedo disponerme con más alegría al encuentro del amor y la amistad.

Por último Niño Dios, he comprendido en estos meses mejor que nunca que es poco lo que puedo controlar y mucho lo que necesito aceptar y acomodar. He vivido tantas circunstancias inesperadas que por más que refunfuñe termino abriéndole espacio a eso que toca mi puerta esperando a que le abra para traer su mensaje. Ciertamente, he recibido muy buenos mensajes como: relájate, confía, acepta, suelta, persevera, no juzgues, confirma la información que recibes, aligerate, cuídate, no hagas más de lo que puedes, no te enganches, recupera tu espacio, perdona, perdónate, te puedes equivocar, recupera tu calma, descansa, madura, disfruta... esto también pasará.

Así es que, querido Niño, como reza la oración de Serenidad: por favor concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia. Te lo pido, ha sido más evidente que nunca que sin serenidad esta pandemia y esta vida se convierten en un trago amargo cuando experimentamos tanta incertidumbre e impermanencia. Ante todo, deseo sentirme en paz con quien soy y lo que hago para poder dar lo que me corresponde y recibir lo que necesito. 

Espero que mi carta no te resulte demasiado trascendental (mi Astróloga dice que soy tan profunda que corro el riesgo de ahogarme). Finalmente, lo único que te estoy pidiendo es que  tomes mi mano con tu manita santa cada día, acompañándome en el devenir cotidiano, para disfrutar la vida que me gané en la lotería del universo hace 40 años. 

Imperfecta, vulnerable y consciente de todo lo que me falta aprender, te pido querido Niño Dios que sea el amor de tu Padre-Madre quien me guíe en este camino de incertidumbre, regalos y retos que transito cada día para empezar el 2021 llena de tus bendiciones. 

Fotografía:AnitaJankovic

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Guitarrista, Terapeuta Gestalt, Musicoterapeuta, terapia de respuesta espiritual (TRE), péndulo universal.

Músico Guitarrista de la Universidad de los Andes. Terapeuta Gestalt de la Escuela  Transformación Humana, Claudio Naranjo. Graduada del programa SAT dirigido por el Dr. Claudio Naranjo. Musicoterapeuta Humanista del Instituto Mexicano de Musicoterapia Humanista. Cuenta con estudios certificados en Terapia de Respuesta Espiritual (TRE) y Péndulo Universal. Meditadora comprometida con el linaje Bön Budista. Cuenta con experiencia docente y en recursos humanos además de  desempeñarse como terapeuta, tallerista y conferencista. Diez años de experiencia en consulta privada atendiendo adultos, adolescentes y jóvenes que han vivido duelos, buscan mejorar su calidad de vida, reformular su proyecto de vida, fortalecer su camino espiritual y su autoestima, así como mejorar sus relaciones interpersonales y su vida en pareja. Creadora del programa Música Maestro enfocado en la utilización de la música como recurso pedagógico en la primera infancia.