Hace aproximadamente 8 o 9 años, experimenté una crisis que me llevó a replantear el rumbo y el camino de mi vida. Durante mucho tiempo, solo mostraba una faceta superficial de mí misma. Por fuera, parecía una mujer segura, preparada y cumpliendo sus sueños; el equipo me maquillaba, peinaba y vestía, dándome una apariencia impecable. Sin embargo, esa no era realmente la Carla de siempre. Hubo una noche en particular que fue agridulce para mí. Por un lado, cuando me miraba al espejo, me veía bien arreglada y sentía comodidad con lo que iba a hacer laboralmente, pues me había preparado y me sentía segura. Pero por otro lado, esa imagen no reflejaba por completo quién era yo en realidad.
Esa crisis me hizo darme cuenta que necesitaba un cambio profundo. Ya no podía seguir presentando solo una cara, una imagen artificial. Tenía que ser más auténtica, mostrar mi verdadero yo, con sus luces y sombras. Fue un proceso difícil, pero necesario para encontrar el rumbo adecuado y poder vivir de manera plena y coherente conmigo misma.
Esa noche agridulce que les comento, estaba entrevistando a Margot Robbie. Al terminar, recibir los aplausos y que se apagaran las luces, llegué a casa dispuesta a desmaquillarme. Verme al espejo fue como quitarme una máscara con la que me había presentado al mundo exterior. Mientras me quitaba el maquillaje, me pregunté: "¿Soy un payaso? ¿Estoy mostrando solo una pequeña parte de mí misma a los demás? Esta no es mi realidad". En ese momento, mi realidad era que tenía el corazón roto, acababa de terminar una relación. Me sentía muy vulnerable e insegura. Algo que creo que muchas mujeres latinas experimentamos es culparnos y sentirnos fracasadas cuando terminamos una relación, cuestionándonos si no logramos retener a esa persona en nuestra vida. Estaba lidiando con ese aparente fracaso personal y, tal vez, eso generó otros cuestionamientos.
Desde los 19 años me fui de casa para trabajar y perseguir mis sueños. Mi familia vive en otra ciudad, así que aprendí a hacerme camino sola. A lo largo de los años, he conseguido cumplir muchos de mis objetivos profesionales. Pero, en medio de esa aparente satisfacción, comenzaron a surgir en mí algunas dudas profundas: "¿Y si las decisiones que tomé no fueron las correctas? ¿Y si, como mujer, no estoy aportando lo que se espera de mí porque no estoy casada, no he formado una familia, ni tengo hijos?"
Sí, tengo una carrera increíble, pero sentía que, de alguna manera, estaba fallando en mi verdadero propósito. No solo en mi papel como mujer, sino también como hija, e incluso como mexicana. No sé cómo, pero de repente me encontré sumida en una crisis; fue como un quiebre que me hizo replantearme todo.
En ese momento de vulnerabilidad, agarré el teléfono y llamé a mis padres. La primera pregunta que les hice fue: "¿Están orgullosos de mí?". Creo que todos llevamos ese deseo de honrar a quienes amamos, y mis padres son mis héroes. Ellos me respondieron con un amor incondicional: "Sí, claro, eres una persona diferente, has perseguido tus sueños y estás viviendo tu vida".
Curiosamente, en lugar de consolarme, esas palabras solo encendieron más inseguridades en mi interior. Me encontré pensando: "Entonces, si ellos están orgullosos, ¿por qué siento que no estoy haciendo lo correcto?". Me vi a mí misma como la oveja negra de la familia, la que tomó un camino distinto. Quizás ellos ya se han reconciliado con la idea de tener una hija que siempre fue un poco rebelde, medio hippie desde joven, y simplemente aceptaron que esa soy yo.
Lejos de tranquilizarme, entendí algo muy claro: mis padres, como todos los padres, han hecho lo mejor que han podido con las herramientas que tenían en el momento. Sí, hicieron lo que creyeron correcto, pero para mí, no fue suficiente. Terminé esa llamada y, como si fuera una escena sacada de una telenovela, me encontré en el baño hecha un ovillo, llorando. Era un cliché, pero ahí estaba, en el suelo, devastada.
Recuerdo que mi cuerpo comenzó a tener espasmos; sentía un dolor tan profundo que no lograba entender de dónde venía ni por qué me sentía así. En mi mente, una voz me recriminaba: "Estás siendo exagerada, ¿qué tan grave puede ser? Tienes salud, una casa, un buen trabajo, estás viva, y tus padres te apoyan al otro lado del teléfono. ¿Qué es esta angustia que sientes?"
En ese momento, me asusté muchísimo, al punto de pensar que estaba perdiendo la cabeza, no entendía qué me estaba sucediendo.
Durante los días siguientes, me resultaba imposible comer, dormir o siquiera desconectar mi mente. Estaba atrapada en un juicio constante hacia mí misma: "¿Por qué estoy así? ¿Qué está detonando todo esto? ¿Por qué lo estoy exagerando tanto? ¿Por qué me estoy haciendo esto?" Desde afuera, quienes me veían, incluso aquellos con los que tuve entrevistas de trabajo, pensaban: "Carla está en el mejor momento de su vida". Pero, en realidad, estaba hundida en un lugar oscuro donde no tenía apetito, no podía dormir, y no lograba escapar de ese bucle mental lleno de pensamientos dañinos que me decían que no era suficiente, que lo que había construido no valía la pena.
Yo solía pensar que lo que sentía era un "desamor" literal, que todo tenía un nombre y un apellido. Sin embargo, fue solo hasta que decidí buscar ayuda que descubrí que la raíz era mucho más profunda. Tomé la decisión de ir con una psiquiatra, ya que el insomnio y la falta de apetito me estaban afectando gravemente. Había llegado a pesar casi 40 kg; me miraba al espejo y veía a una persona desnutrida, con ojeras y una mente nublada. Todo se sentía como una pesadilla.
Cuando me senté en el sillón de su consulta y comencé a compartir lo que estaba viviendo, me di cuenta de que no era simplemente un desamor. Era algo más profundo y desconocido, lo cual me asustó aún más. Entonces, de la boca de mi terapeuta, salió el diagnóstico que jamás esperaba: "Tienes un trastorno de ansiedad".
En ese momento, no existía la conciencia sobre la salud mental que hay hoy en día, y no había tanta información disponible. Creo que, desde la pandemia, todos hemos estado más expuestos a este tipo de temas.
Me recetaron los medicamentos necesarios y, por suerte, caí en manos de una excelente terapeuta. Sin embargo, mi intención no era simplemente tapar lo que sentía con fármacos; quería atravesar esa etapa, aprender a vivir con ello, recuperar mi capacidad de comer, dormir y, poco a poco, ir reduciendo la medicación para no depender de ella. Sentí una profunda vergüenza por esa situación y lo mantuve en secreto durante mucho tiempo. No fue hasta años después que empecé a hablar abiertamente sobre ello.
Ahora todo es distinto, pero en ese entonces, escuchar a mi terapeuta decir que tenía un trastorno de ansiedad me hizo pensar: "¿Cómo voy a lidiar con esto? ¿Quién podría entenderme? Siento que soy la única". Recuerdo que ella me decía: "Ocho de cada 10 personas padecen este trastorno, y no es algo que acaba de aparecer; lo has tenido durante años". Y fue ahí donde comenzó un largo viaje de autodescubrimiento, en el que la terapia me ayudó a entender que sí, que había estado lidiando con esto desde hacía mucho tiempo sin saberlo.
Con el tiempo me di cuenta de que ya había experimentado esos episodios antes, pero siempre les ponía nombres distintos porque no los reconocía por lo que realmente eran. Desde mi ignorancia, pensaba que simplemente estaba nerviosa, triste o estresada por algo, ya que los síntomas se parecen mucho. Los comienzos de un ataque de ansiedad pueden confundirse fácilmente con los nervios o el miedo, porque lo que sucede en tu cuerpo es que se liberan sustancias para sobrevivir, como si estuvieras en la selva. Tu cuerpo se activa para que puedas huir o protegerte. Pero en este caso, no hay un león, el león son tus propios miedos, y por eso es tan difícil de identificar si no sabes lo que es un episodio de ansiedad.
Creo que mi primer ataque de ansiedad ocurrió cuando tenía alrededor de 6 o 7 años. Lo recordé durante una sesión de terapia. Mis papás estaban hablando sobre la muerte mientras íbamos en el carro. Mi papá estaba manejando, mi mamá de copiloto, y yo en el asiento de atrás. Estaban discutiendo sobre lo que sucede después de la muerte. Yo crecí en una familia muy católica, íbamos a misa todos los fines de semana, y mis papás me enseñaron que cuando alguien muere, va al cielo con Dios y vive feliz para siempre. Esa conversación comenzó a generarme una sensación extraña en el cuerpo. Mi corazón empezó a latir muy rápido, me sentía aterrada y no quería seguir escuchando. Les pregunté: "¿Cómo que para siempre?" Entonces, ellos me explicaron que te subías a una nube y estarías con tus amiguitos, los angelitos. Pero yo no entendía: "¿Cómo que todos los días y por siempre? ¿Nunca se va a acabar?". Mi mamá me miró y dijo: "No, no, no es eterno, algún día se acaba". Eso me generó aún más ansiedad: "¿Se acaba? ¿Y si no hay nada? ¿No existe nada después? ¿Soy solo un punto en medio de la nada, en oscuridad?" Esa fue mi primera experiencia con la ansiedad, aunque en ese momento no sabía qué era.
Cuando la psiquiatra me diagnosticó con trastorno de ansiedad, le pregunté: "¿Y ahora qué hago? ¿Qué se supone que debo hacer con esto?". Ella me respondió: "Bueno, lo primero es que vas a hacerte amiga de tu ansiedad. Vas a aprender a abrazarla cuando llegue, en lugar de tratar de evadirla, porque eso solo empeora las cosas. Poco a poco, empezarás a identificar físicamente lo que te sucede". Yo no entendía cómo hacerlo, fue cuando me recomendó que meditara. Aunque ya meditaba, le dije que no podía sentarme a meditar porque mi mente no paraba. Ella me explicó que si la mente no se calla es precisamente porque no estaba meditando correctamente. Meditar no es silenciar la mente, sino observar lo que ella tiene para decirte, ponerte en el lugar de espectador y saber que no te está pasando nada en ese momento. La ansiedad, me dijo, es proyectar panoramas que probablemente no sucederán, pero los haces para protegerte, para sobrevivir. Meditar, le da un micrófono a tus pensamientos, pero te das cuenta de que no eres víctima de ellos.
En ese momento, aunque ya meditaba, no lo entendía completamente. Incluso había sacado un libro llamado "libro mágico" y estaba creando una comunidad, pero me sentía como un fraude. Me preguntaba: "¿Cómo es posible que yo esté pasando por esto y no pueda salir de ella?". Fue un proceso largo, que incluyó medicinas y terapia. Después de los ansiolíticos y antidepresivos, mi sustituto fue el CBD, que me parecía más natural. Luego pasé a cosas más orgánicas, como la melena de león, un hongo adaptógeno que no es alucinógeno, y finalmente me quedé solo con la meditación. Hay muchas herramientas disponibles, pero no todas funcionan igual para todos. Este es mi proceso personal, y no estoy sugiriendo que todos tomen ansiolíticos o antidepresivos, solo estoy contando lo que fue mi experiencia. La meditaciónque más me ha ayudado en momentos de ansiedad es la meditación de tapping, que consiste en tocar ciertos puntos energéticos de tu cuerpo, los mismos que se utilizan en acupuntura, para ayudarte a volver al presente y resignificar creencias limitantes que tengas.
Si hoy me preguntas: "Carla, ¿hubieras hecho algo diferente?", probablemente te diría: "Sí, tal vez hubiera intentado meditar más o buscar otras alternativas más naturales". Pero el "hubiera" no existe, y el lugar en el que estoy ahora es el resultado del proceso que viví. Cada persona es diferente, cada ser tiene necesidades particulares. En mi caso, debido a cómo estaba mi mente y mi cuerpo, necesitaba una salida más rápida. Tal vez, de haber esperado un poco más, hubiera llegado al mismo lugar, pero en ese momento no podía con las herramientas que tenía, y todo lo que pasaba en mi vida se sentía insostenible. Necesitaba recurrir a esos métodos.
Después de ese primer episodio, me tocó viajar y participar en varias entregas de premios en alfombras rojas. Sin embargo, antes de cada evento, a menudo me enfrentaba a ataques de ansiedad tan intensos que ni siquiera podía maquillarme. De hecho, conservo fotos de esos momentos, donde se refleja claramente el malestar que sentía antes de comenzar a trabajar. En esos días, me preguntaba: "¿Qué hago con esto?". A veces, para poder acercarme al evento, pasaban tres o cuatro días. Fue entonces cuando decidí acudir a la psiquiatra. Sin embargo, no fue una solución mágica; no fue cuestión de tomar una pastilla y que la ansiedad desapareciera de inmediato. Los ataques seguían ocurriendo, y me encontraba preguntándome: "¿Cómo voy a enfrentar esa alfombra roja?". Incluso, les enviaba fotos de esos momentos a mis productores mientras estaba en medio de un ataque de ansiedad. Afortunadamente, mis maquillistas y todo mi equipo me brindaron un gran apoyo en esos momentos.
Después de aproximadamente tres meses de terapia psiquiátrica, decidí explorar otras alternativas y comencé a enfocarme en la meditación y la medicina alternativa. Creo firmemente que no debemos recurrir a la terapia solo cuando nos sentimos mal. Es importante buscarla, independientemente de nuestro estado emocional, y encontrar la que realmente nos funcione. La terapia es un verdadero regalo, porque nos brinda la oportunidad de estar con nosotros mismos, de observamos y, lo más importante, de conocernos a fondo.
Recientemente, decidí retomar la terapia, esta vez con una psiquiatra holística que también es compañera. Son momentos para ponerme a mi propio servicio, para darme el mantenimiento emocional que necesito, escucharme a mí misma, explorar dónde se encuentran mis emociones y tratarme con amor. El amor que comencé a darme a mí misma fue fundamental para poder construir algo más sólido en mi vida. Empezar a tener una relación amorosa conmigo mismacomenzó por reconocer que necesitaba ayuda, que no podía hacerlo sola, y que debía contar con alguien que me guiara y alumbrara esas áreas oscuras para poder conocerme mejor.
Para quienes buscan una relación amorosa o quieren mejorar las relaciones en su vida, es muy difícil lograrlo si primero no se conocen y no se aman a sí mismos. Es un trabajo constante. Hay días más difíciles que otros; hay días en los que eres tu mejor amiga, te acompañas y te apoyas muchísimo, pero también hay días en los que te conviertes en tu peor crítica, te hablas de manera dura y te juzgas. Para mí, la meditación ha sido una herramienta que ilumina mucho mi estado emocional, porque me ayuda a darme cuenta de cómo me hablo en el tapete, en el safu, y en la vida en general.
Hoy abrazo a la Carlita de 6 o 7 años, esa niña que viajaba en ese automóvil, y le digo que todo está bien. Y si algún otro recuerdo más antiguo llega a mi mente, también me tocará abrazarlo. No sé si esos recuerdos vienen desde el útero de mi mamá o si son parte de algo que se transmite de generación en generación; no puedo decirlo con certeza. Lo que he aprendido a hacer es no enfocarme tanto en el porqué o el cuándo de todo, sino en aceptar lo que soy y en cómo puedo conocerme mejor. Aceptar y explorar lo que me puede enseñar esta experiencia ha sido clave. Observarme desde ese lugar me ha traído muchos regalos, y me ha permitido conectar con personas que se identifican con mi historia.
Hoy, siento que uno de mis mayores propósitos en esta vida es contar historias y conectar con otros. Me gusta mirar a alguien a los ojos y poder decirle: "Te entiendo, te veo, te reconozco, porque yo también lo he vivido". Creo que esa conexión es uno de los regalos más grandes que la vida me ha dado.
La ansiedad llega a veces sin previo aviso y sin razón aparente, pero ahora la observo, la siento, me abrazo, respiro y me repito: "Estoy bien, aquí estoy, y me acompaño". Llegar a este punto me ha llevado años, pero no puedo decir que haya "domado" mi ansiedad. Me encantaría tener todas las respuestas y poder decir que he descubierto el hilo negro y ya no me vuelve a pasar. Pero no es así. Sigo manejándola, sigo navegando, pero desde un lugar diferente. Han sido años de muchos procesos, en los que me he abierto a todo tipo de opciones. He probado de todo lo que me dicen que puede ayudarme: he hecho constelaciones, medicina china, tocó cuencos, recurrí al tarot evolutivo, tanto para mí como para otros; me conecto con los cristales y minerales, me apasionan los cuarzos y las piedras, y adoro estar en contacto con la tierra y la naturaleza. He hecho temazcales, círculos de fuego... En fin, he probado muchas cosas.
Este proceso me ha abierto tantas opciones y me ha permitido ver que hay muchas formas de conocerte, de abrazar esos miedos y sombras desde un lugar en el que no te violentes a ti mismo. En el tarot, hay una carta, el arcano mayor ocho, llamada "La Fortaleza". En ella, se muestra a una mujer abrazando un león. Esta imagen simboliza reconocer y abrazar nuestros miedos, inseguridades y sombras sin agredirnos. Para mí, este significado resuena profundamentecon mi propio proceso. Porque si no te cuidas a ti mismo, nadie más podrá hacerlo. Si pasas por encima de ti, los demás también lo harán. Eso es lo que, en gran medida, define tu existencia.
Si tuviera la oportunidad de hablarle a la Carla de hace 10 o 15 años, le diría que confíe, que respire con tranquilidad y que tenga la certeza de que todo estará bien. Porque cuando caes en ese pozo sin fondo, lo que sientes es una gran intranquilidad, la incertidumbre de no saber qué va a pasar, lo que te lleva a imaginar muchos escenarios. Sin embargo, cuando aprendes a abrazar esos miedos y a entender que no tienes el control, es cuando las cosas empiezan a fluir.
Recuerda que, generalmente, este tipo de desafíos llegan a tu vida para revelarte una gran luz. Es parte del equilibrio: no puede existir el blanco sin el negro, el yin sin el yang, lo femenino sin lo masculino. Ese equilibrio es lo que debemos aprender a abrazar, aceptar y vivir. Es aprender a abrazar tanto lo que permanece como lo que cambia, encontrando paz en ese constante fluir.
Acá les dejo la banda sonora de mi historia de amor…
¿Recomendarias este artículo a esa persona que tanto quieres?
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