En el vertiginoso y desafiante mundo del periodismo, donde la verdad y la objetividad se enfrentan a una realidad cada vez más compleja, Claudia Palacios se ha consolidado como una de las voces más resonantes y admiradas en Colombia. Con su mirada crítica y su estilo de comunicación impecable, Claudia ha sabido posicionarse como una referente del periodismo ético y valiente, luchando por desentrañar las capas más profundas de los eventos y las realidades que marcan la sociedad. A través de su incansable trabajo, ha iluminado temas cruciales como los derechos humanos, la justicia social y la equidad, siempre buscando que su audiencia no sólo reciba información, sino también una reflexión profunda sobre el entorno que la rodea.
Con un enfoque en la verdad como herramienta de transformación, Claudia ha logrado construir una carrera sólida, llena de logros, desafíos y reconocimientos que hablan de su pasión por el periodismo y su compromiso con el cambio social. Su capacidad para narrar historias con empatía y rigor, sumada a su incansable búsqueda de respuestas, la han convertido en un ejemplo de integridad y profesionalismo. Hoy, como parte de nuestro universo PANDORASCODE, celebramos a Claudia Palacios como una nueva MUSA, una mujer que demuestra que la fuerza de la palabra puede ser el motor de la justicia y la equidad, inspirándonos a todos a seguir luchando por un mundo más informado y consciente.
PC: ¿Cómo comienzas tu día?
CP: Mi día no siempre es igual, pero pensando en un día típico, comienzo levantándome y tomando mi pastilla para la tiroides. Luego espero un rato y tomo mi medicación para el esófago de Barrett, una condición que tengo. Esto es importante porque, como mujeres, al ir creciendo (y me gusta decir "creciendo" en lugar de "envejeciendo", ya que considero que esa palabra está muy desvalorizada), nos damos cuenta del gran valor que tienen los años ganados en experiencia y sabiduría. Sin embargo, también entendemos que el cuerpo no es inmune. En mi caso, saber que dependo de estas medicinas de por vida, porque si no las tomo podría desarrollar cáncer, me lleva a reflexionar sobre cómo estoy viviendo mi día a día. Las mujeres, históricamente, hemos sido etiquetadas con fechas de caducidad, ya sea por la menopausia o porque, si somos madres, se asume que nuestra vida laboral termina ahí. Creo que debemos ser conscientes de estas dinámicas, pero sin permitir que nos limiten.
Estas reflexiones me llevan a cuidar mi energía para alcanzar lo que quiero lograr en el tiempo que me queda de vida. Así, inicio mi día tomando mis pastillas, pero también dedicando tiempo a entender lo que mi cuerpo me comunica para adaptarme mejor.
Después de esto, hago ejercicio, generalmente unos 40 minutos. Luego me baño o desayuno, dependiendo del día. Para las 9:00 a. m. ya estoy lista para comenzar mis actividades. Mi rutina diaria es variada porque hago muchas cosas diferentes. Hasta hace poco, trabajaba en CMI, un noticiero que cerró hace un mes. Muchas personas me preguntan qué estoy haciendo ahora, y mi respuesta es: "Lo mismo, solo que ahora no hago el noticiero en las noches". Extraño mucho esa etapa, ya que amaba el noticiero y siento que su cierre es una gran pérdida para el periodismo, pero disfruto tener mis noches libres para estar en casa.
Durante la semana, mi agenda puede incluir eventos donde actúo como moderadora, realizo entrevistas y publico contenido en redes sociales relacionado con esos eventos. También me preparo para actividades futuras, leyendo y buscando información. Mi trabajo detrás de cámaras es intenso: mucho pensamiento, preparación y organización.
Por ejemplo, ahora estoy trabajando en mi cuarto libro, que recoge aprendizajes de más de tres años de entrevistas realizadas en mi podcast, Muy Machito. En él, entrevistó a hombres que trabajan por la equidad de género. Este libro busca mostrarles a los hombres cómo la equidad también los beneficia, no es solo un tema de mujeres, y cómo la sociedad en su conjunto se puede beneficiar.
Algunas semanas incluyo viajes. Por ejemplo, recientemente fui a Cartagena, donde combiné trabajo en mi libro con un evento. Esta semana viajaré a Palmira, mi lugar de origen, para visitar a mi madre y preparar manjar blanco, una tradición que disfruto en estas fechas.
Finalmente, también me encargo de organizar las celebraciones de fin de año, desde los menús hasta las reuniones familiares. Aunque a veces me quejo con mi esposo por no involucrarse tanto, disfruto tener el control de estos planes y compartir con mi familia.
PC: ¿Qué es lo más valiente que has hecho?
CP: Es difícil elegir solo una cosa porque he enfrentado varias situaciones que han requerido valentía. Sin embargo, lo primero que se me viene a la mente es una experiencia que viví siendo muy joven, y que considero una muestra temprana de valentía en mi vida.
Mis padres se separaron cuando yo tenía 15 años y vivía en Palmira con mi mamá y mis tres hermanos menores. Éramos una familia con recursos limitados, y yo me había convertido en la mano derecha de mi mamá, ayudándola mientras ella sacaba adelante un negocio para mantenernos. En ese contexto, llegó el momento de decidir qué iba a estudiar y en qué universidad.
Yo tenía claro que quería ser periodista y que deseaba irme a Bogotá a estudiar. Mi mamá, sin embargo, quería que me quedara en Palmira y estudiara en la Universidad del Valle, algo lógico considerando nuestra situación económica. Pero dentro de mí sabía que quería algo diferente.
Tomé una decisión difícil y, a escondidas, llamé a mi papá, que vivía en Bogotá. Esto no fue fácil, ya que mis padres no tenían una buena relación tras la separación, y mi vínculo con él también era complicado. Para hacer la llamada tuve que ir a una oficina de Telecom en nuestra zona rural, un lugar donde los horarios para usar el teléfono eran muy restringidos.
Le expliqué mi situación y le dije que quería estudiar en Bogotá, mencionando universidades como la Javeriana, el Externado y la Tadeo. Él, quizá para llevarle la contraria a mi mamá o porque siempre valoró la educación, aceptó ayudarme. Me envió los formularios de admisión, que llené y envié sin que mi mamá lo supiera.
El momento decisivo llegó cuando recibí la primera cita para una entrevista. Ahí tuve que enfrentarme a mi mamá y contarle lo que había hecho. Aunque al principio se enojó, finalmente me apoyó, aunque fue clara al decirme que no podía financiar mi estancia ni mis estudios en Bogotá.
Fue un acto de valentía porque sabía que mi mamá me necesitaba en casa, y parte de mí se sentía culpable, como si la estuviera traicionando. Sin embargo, también entendía que debía priorizar mis sueños. Así que, con 15 años, me mudé a Bogotá. Viví en un cuarto que mi papá alquiló en casa de mi abuela paterna, y me enfrenté a una ciudad completamente nueva, lidiando con situaciones que podían ser intimidantes, como usar el transporte público en rutas largas y desconocidas o lidiar con los riesgos de caminar por calles peligrosas.
Ese fue mi primer gran acto de valentía: dejar mi zona de confort, enfrentarme a mi familia y a mis propios miedos, todo para perseguir lo que quería para mi futuro. Hoy, al mirar atrás, me doy cuenta de lo joven que era, pero en ese momento nunca me sentí pequeña. Siempre asumí mis responsabilidades como la hermana mayor y me vi como alguien capaz de enfrentar el mundo, aunque fuera con apenas 15 años.
PC: ¿A qué mujer admiras? ¿Por qué?
CP: Admiro profundamente a mi mamá. Aunque hay muchas mujeres increíbles, ella es mi mayor inspiración. Si te impactó lo que te conté antes, su historia es aún más impresionante. Mi mamá es una de 17 hijos, creció en una familia muy pobre y, desde pequeña, mostró una increíble capacidad para cambiar su realidad.
A los 14 años, sin estudios más allá de la primaria, decidió salir a trabajar. Comenzó cuidando niños y aprendiendo todo lo que podía para mejorar en lo que hacía. Luego consiguió un trabajo en una clínica y, más adelante, en el aeropuerto de Palmira, donde conoció a mi papá. Aunque ambos tenían ingresos muy modestos, su prioridad fue darnos la mejor educación posible.
Mi mamá siempre fue una emprendedora nata. Vendía empanadas, cerámicas, vitrales, floreros, y hasta compró vacas para vender leche. Era incansable, transformaba su tiempo libre en oportunidades para generar más. Recuerdo ayudarla con las ventas, y esas experiencias me enseñaron mucho sobre el esfuerzo y la creatividad.
Esa actitud de "puedo más" me marcó profundamente. Mi trabajo como escritora, mis libros, mis proyectos, todo lo que hago, es como las empanadas y los vitrales de mi mamá. Es mi forma de honrar esa herencia de valentía, sacrificio y capacidad de dar vida a ideas y soluciones.
Mi mamá no me enseñó con palabras, sino con su ejemplo. Nunca la vi con miedo. Siempre hacía cosas, enfrentaba retos, y me mostró que no hay límites para lo que podemos lograr. Aunque ahora sufre de Alzheimer, su legado vive en mí.Por todo eso, ella es, sin duda, la mujer que más admiro.
PC: ¿Cuál es la clave que uno necesita para cumplir sus sueños?
CP: La clave para cumplir los sueños está en hacer todos los días lo que toca, pero siempre dando un poquito más.Este "poquito más" es lo que abre puertas, crea oportunidades y permite ir más allá de las expectativas.
En mi caso, ese esfuerzo extra me ha llevado a escenarios y roles que nunca imaginé, como ser parte de juntas directivas, escribir libros y dar conferencias, aunque mi formación inicial no tenía relación directa con esas actividades.
Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que no se trataba de tener metas grandiosas en cada etapa, sino de cumplir con las tareas diarias con disciplina y siempre buscar aportar algo adicional. Este enfoque no solo me ha ayudado a crecer profesionalmente, sino que también me ha permitido servir y encontrar más felicidad en lo que hago.
Esa filosofía de "hacer lo que toca y un poquito más" ha sido mi motor, tanto en mis inicios como en mi vida actual, permitiéndome mantenerme relevante, versátil y auténtica en cualquier etapa de mi carrera.
PC: ¿La lección más poderosa que has aprendido siendo periodista?
CP: La lección más poderosa que he aprendido es que las audiencias ya no son pasivas, sino activas. Esto ha transformado el periodismo, exigiéndonos desarrollar dos habilidades clave:
Entendimiento de las audiencias: Hay que aprender a valorar y respetar su diversidad, entendiendo tanto las críticas como las felicitaciones. Esto permite crear contenidos más asertivos, no para ser complaciente, sino para construir puentes de comunicación efectivos.
Gestión emocional: Como periodista expuesto públicamente, es esencial no dejarse llevar por la euforia de los halagos ni caer en depresión ante las críticas o insultos. Esto requiere un trabajo constante en discernimiento y blindaje emocional.
Ambas habilidades van de la mano: cuanto mejor se entiende a las audiencias, más fácil es manejar emocionalmente su retroalimentación. Este cambio, impulsado por las redes sociales y las plataformas digitales, ha sido un reto, pero también una oportunidad para evolucionar como profesional y como persona.
PC: ¿Qué es lo mejor de tu profesión?
CP: Lo mejor del periodismo es que me ha dado una plataforma para manejar mi timidez y explorar el mundo de una manera estructurada. Desde niña, no era alguien espontánea o que interrumpiera conversaciones; prefería escuchar y tenía muchas preguntas. Para expresarlas, creé un juego con un cuestionario que hacía a mis vecinos.
El periodismo ha sido una extensión de esa dinámica: me permite superar barreras personales, como la falta de espontaneidad, al darme licencia para investigar, indagar y descubrir las vidas de los demás. Sin esta profesión, probablemente tendría muchas ideas atrapadas sin materializarse.
En resumen, el periodismo ha sido mi herramienta para navegar el mundo, una forma de levantar las barreras internas y convertirlas en contenidos que llegan a la prensa, televisión, libros y redes sociales.
PC: ¿Cómo celebras las buenas noticias?
CP: No soy mucho de celebraciones tradicionales. Cuando logro algo importante, como escribir un libro o graduarme, solemos salir a comer o tomarnos un vino. Lo que realmente disfruto es viajar y explorar, y a menudo estas experiencias se convierten en mis celebraciones.
Para mí, las buenas noticias son más una gratificación, un premio al esfuerzo, que algo que se celebra de forma material. En lugar de comprar algo, prefiero vivir experiencias, como un viaje o un concierto, que también aporten crecimiento personal. Esas celebraciones a veces se vuelven tan naturales que olvido que las estaba planeando por un logro específico.
PC: ¿A qué quisieras atreverte?
CP: Actualmente, lo que más me gustaría es ser totalmente independiente, dedicarme a mis proyectos sin depender de un trabajo en una organización. Aunque tengo propuestas en medios que podrían cambiar mis planes, sé que si acepto un trabajo a tiempo completo, mi ruta hacia la independencia se vería afectada. Es algo que estoy evaluando.
Además, en un plano más filosófico, me gustaría hacer un experimento más metódico sobre la prevención del Alzheimer. Mi mamá fue diagnosticada a una edad temprana, y a medida que me acerco a esa edad, me surge la duda sobre mi propia salud. He modificado hábitos, como la alimentación y el ejercicio, con el objetivo de prevenirlo, pero me gustaría hacer un seguimiento más detallado, con exámenes y monitoreos, para medir cómo mis cambios podrían influir en la prevención de la enfermedad. Sin embargo, tengo cierto miedo, ya que sabemos que, aunque tomemos medidas, el destino no siempre está en nuestras manos.
PC: ¿A quién conoces tú que yo deba conocer? ¿Por qué?
CP: En lugar de una persona específica, creo que lo más importante es que todos, como colombianos y como seres humanos, nos juntemos más. A través de mi segundo libro, "Perdonar lo imperdonable", que trata sobre procesos de perdón y reconciliación en Colombia, comprendí que, a pesar de nuestras diferencias y desigualdades, debemos acercarnos más, independientemente de nuestro origen social o económico. Vivimos en burbujas que nos separan, y las personas que tienen privilegios no suelen entender las realidades de quienes no los tienen. Romper esas barreras y prejuicios, y aprender a unirnos, es esencial para crear soluciones colectivas a los problemas del país y del mundo. Todos debemos contribuir a este proceso de unión y entendimiento mutuo.
PC: ¿Qué título le pondrías a la historia que llevas de tu vida?
CP: No lo llamaría un título, sino una frase que refleja mi experiencia: "Estoy por construir, no por competir; estoy por evolucionar, no por agradar." Estas frases nacen de vivencias personales y profesionales, y reflejan mi rechazo a la competencia insana que nos rodea. En lugar de competir, prefiero construir y evolucionar. No busco agradar a las audiencias, sino generar una conversación significativa, incluso si eso provoca críticas. La evolución, tanto mía como de los demás, es lo que busco, más allá de la necesidad de complacer a los demás o evitar confrontaciones.
PC: ¿La lección más poderosa que te ha enseñado tu hijo?
CP: La lección más poderosa que me ha enseñado mi hijo es la importancia de entender y valorar la diversidad.Somos muy diferentes: yo soy activa, siempre buscando aprovechar oportunidades, mientras él es más pasivo. Me ha enseñado a aceptar que no todos tienen la misma manera de ver el mundo o actuar. Esto me recordó algo que una mujer me dijo en una entrevista para mi libro: "Dejé de preguntarme por qué y empecé a preguntarme para qué." Esta reflexión se aplica a la maternidad y la vida en general. Hablar de la maternidad con todos sus matices es difícil, ya que está muy idealizada, pero es un proceso lleno de retos y aprendizajes.
PC: ¿Un libro que transformó tu vida? ¿Por qué?
CP: Un libro que tuvo un gran impacto en mí fue La suma de los días de Isabel Allende. Aunque no lo diría como el libro que me transformó por completo, sí me empoderó. Después de leerlo, sentí que no solo admiraba lo que ella hacía, sino que también podría hacerlo. Este libro me acercó más a un sueño que siempre había tenido: escribir. Aunque mis libros hasta ahora han sido más periodísticos, La suma de los días me dio la confianza de que tenía lo necesario para comenzar mi carrera como autora, algo que había guardado en mi interior durante años.
PC: ¿Qué te hace ser Claudia? Si pudiéramos destilarte y sacar tu esencia ¿qué es lo que te hace ser tú?
CP: Lo que me define es mi permanente actividad. Siempre estoy en movimiento, tanto a nivel físico como mental, y me cuesta quedarme quieta. Aunque sé la importancia de la quietud, he aprendido a escuchar mi cuerpo y mente. Este año, a los 47, he experimentado momentos en los que siento que necesito parar, algo que nunca había sentido antes. Esto me hace reflexionar sobre cómo las distintas versiones de mí misma han ido "muriendo" a lo largo de los años, mientras sigo evolucionando. Mi esencia, esa constante actividad, está comenzando a encontrarse con la necesidad de valorar la quietud. No sé cómo se desarrollará, pero está claro que mi ritmo está cambiando.
PC: ¿Cuál es tu placer culposo?
CP: He dejado de sentir culpa por muchas cosas, especialmente porque crecí en un ambiente donde la culpa era muy presente, en un pueblo pequeño con muchas expectativas. Hoy, no tengo placeres culposos, aunque de vez en cuando me como un chocolate de más, pero no lo considero algo por lo que sentir culpa. Uno de los grandes aprendizajes que he tenido, gracias a un amigo mexicano, es que el dinero es para lo que uno lo necesite. Me enseñó que uno debe disfrutar de lo que le da la vida, como viajar y explorar, sin preocuparse demasiado por el gasto. Este enfoque me ayudó a liberarme de esa mentalidad de escasez y me permitió disfrutar sin sentirme culpable. Además, también he aprendido a quitarme esas presiones que las mujeres solemos tener sobre la sexualidad, y ahora simplemente disfruto sin culpabilidad.
PC: ¿2 libros que toda persona debe tener en su mesa de noche?
CP: No me atrevería a decir que hay dos libros que todos deban tener, porque las personas somos muy distintas y lo que le sirve a uno puede ser irrelevante para otro. Sin embargo, un libro que tanto mi hijo como yo disfrutamos mucho es El Principito. Es una obra tan hermosa e inteligente que creo que, independientemente de las diferencias, todos pueden encontrar algo valioso en ella que les ayude a reflexionar o resolver cuestiones de la vida.
PC: ¿En qué o quién crees?
CP: Creo en la capacidad de cada persona para ser lo que realmente es. Muchas veces, las personas no son conscientes de su propio potencial y esperan que otros les den soluciones o les abran el camino. No estoy diciendo que sea fácil, especialmente en sociedades con tanta carencia e inequidad, pero creo que, independientemente del contexto adverso, cada persona tiene la fuerza para encontrar su camino y ser lo que desea ser. Mi propia historia es un ejemplo de esto.
PC: ¿Dedicas tiempo en soledad? ¿Qué te gusta hacer en esos momentos?
CP: La palabra "soledad" la entendí mejor al escribir mi primer libro, ya que me di cuenta de que no soy una persona sola, sino que disfruto de mis momentos de independencia. No busco estar aislada, sino tener espacios de silencio y reflexión, donde puedo estar conmigo misma. Me gusta interactuar con la gente y vencer la timidez, pero valoro mucho esos "oasis" de independencia, como mi estudio personal, donde me siento en paz para pensar y ser yo.
PC: ¿Cómo terminas tu día?
CP: Generalmente, termino mi día poniéndome al día con mi esposo, preguntándonos cómo nos fue y contándonos la vida. Es un momento de pareja donde resolvemos lo pendiente, como los planes para las vacaciones, entre otros. Después, me hago mi rutina de cuidado facial, con unos rituales de limpieza muy detallados, me pongo muchas cremas y preparo lo que me voy a poner el día siguiente, aunque a veces cambio de idea. Tuve una época en la que alistaba toda mi ropa para la semana los domingos, hasta los aretes, porque soy muy organizada y me gusta que cada cosa esté en su lugar. Eso también incluye el menú de la semana, que preparo los sábados o domingos, para evitar pensar en ello cada mañana. No me gusta que me interrumpan con esas cosas, así que todo está organizado y escrito, y la persona que nos ayuda sabe exactamente lo que tiene que hacer. Al final, mi día termina con este ritual de cuidado personal y en solitario, donde me dedico un tiempo para estar sola, sin interrupciones.
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